A veces la vida te regala encuentros sutiles que te cambian. Llegas y eres acogido con tal naturalidad por abrazos, ideas y proyectos que no te das cuenta de que la obra se hace de otra manera, de hasta qué punto lleva el pulso de la gente del pueblo, del sonido de las espigas al atardecer, de cada pequeña cosa compartida, y de la revolución que están llevando a cabo un grupo de nueve artistas perdidos en Os Blancos.
Llegamos y fuimos inmersos en un saber hacer de otro modo, a manos abiertas todo es compartido: los espacios, las ideas, la comida, etc. Y nosotros teníamos que crear memoria en esta abundancia de ritmos y ralentí, haciendo familia, conociendo el lugar y a los otros. Crear con las nuevas caras, con otros horarios, hacer todo para todos juntos y poder llegar al corazón de las personas del pueblo que querían hablar, estar ahí para ellos, para la familia Matrioska y, al mismo tiempo, atender con rigor a lo que nos llevaba a Os Blancos: crear memoria de las historias silenciadas que harían o no nacer a Mnemósine, con la dificultad humana y técnica de aunar a seis artistas que se quieren con locura pero que es la primera vez que trabajan juntos.
Crear un lenguaje de compañía por primera vez y una obra justa con cada historia de los habitante de Os Blancos. En la primera parte del proceso, investigación, horas de ordenador sin pausa, reuniones para estructurar y poner en orden, montones de reuniones, cafés y pitillos, noches en vela, el frío gallego que pela, y la sensación de dedicar demasiado tiempo a trabajar cuando en las cenas y guitarreo sentíamos que nos tiraríamos toda una vida cantando con los matrioskas bajo el cielo azul, solo para poder compartir y conocerles un poquito más.
Y fuimos muy pronto muy conscientes, de que lo primero eran las personas de Os Blancos, sus historias. Charlar, pasear al atardecer con Paquita, Carmen, Sindo, Josefa… encontrarnos yendo al Bar con Aser, visitar Xinzo de Limia y conocer a la familia de Iván. Casi todo Os Blancos emigró. La tierra era dura, la tierra no daba para todos cuando la familia eran más de ocho, y el terrateniente de turno se quedaba con la mitad de lo cultivado. No había agua corriente, las mujeres corrían a la fuente para lavar y llenar las tinajas. Paquita nos contó que fue la única en quedarse en Os Blancos, todos los hermanos se fueron a Suiza, Alemania, Francia, pero ella no pudo, cuando intentó salir su suegro se puso enfermo y ella se quedó al cuidado. Siempre al cuidado y trabajando de todo: tienda de costura, bar, telégrafos, taxis…
Antes había 300 niños en la escuela, ahora no llegan a 25. Carmen cose, toda su casa es una obra de arte de ganchillo: cortinas, paragüeros, etc. su marido murió, su madre también y ella teje. Cuando tenía 7 años conoció a su madre, hasta entonces su tía se hizo cargo de ella; en Os Blancos no había pan para todos, y las madres dejaban a los hijos para poder enviarles dinero desde el extranjero (como ahora sucede en otros países).
Y así viajaron con contrato pero apelotonados en vagones de tren, llegando a una lengua extraña y sintiendo la morriña de que tanto nos hablan y nos cantan por Rianxeira. Familias separadas. Aser vaga por el pueblo a flor de piel; cuando te abres a él y ve tus ojos clavados en su alma, se desborda. Habla de su padre preso, inculpado por el cura de turno, habla de la rectitud de la tierra y su necesidad de huir a Oviedo. Sus manos rudas y despigmentadas llevan los surcos de la tierra seca.
Cada día con cada encuentro nuestro corazón se ensancha, agradecimiento y sencillez. Nos reunimos para ver de qué forma empezar a aunar los testimonios, la ficción, las imágenes y el teatro. Aparecen los personajes: la maestra republicana, una fugitiva francesa de la resistencia, la contrabandista de etnia gitana, el pasante, etc. Los ponemos en movimiento. La palabra es fácil porque les pertenece a Josefa, Carmen, Aser, etc. son ellos y, al mismo tiempo, somos nosotros, la historia de nuestros bisabuelos y abuelos. De dónde venimos: el sentimiento de rabia y trabajo de las clases humildes. Y al mismo tiempo nosotros junto con los matrioskas, con nuestra propia historia: ¿Quiénes somos? ¿Qué derecho tenemos a hablar del exilio? ¿Cuál es nuestro exilio como personas y como artistas?
El tiempo vuela. Nos conectamos en escena. Un día estamos inspirados y al siguiente nada funciona. Huimos de los clichés y echamos todo el trabajo por tierra. Volvamos a los testimonios, ningún efecto técnico ni artefacto. Sentir, respirar las entrevistas, respirarles y respirar sus palabras. Todo se vuelve imagen en sombra, suelo de piedra, collage de tierra proyectados, planos detalle de unos pies, sonidos de alguien cantando, luz tenue. Tendemos la ropa, nos lavamos, y preparamos para confesar nuestros adentros. La obra se vuelve íntima, a oscuras. Tengo un secreto, un dolor que me persigue, la alegría de un amor: ¿quieres escucharlo? Te lo canto a ti que me has dado la voz.
Ensayo a contrareloj, primera puesta en escena; todo está verde que te quiero verde, no sabemos porqué pero avanzamos seguros, llenamos botellas de vidrio de testimonios e imágenes, reutilizamos el taller de los matrioskas: cuerdas, herramientas, maderas, ventanas rotas… creamos un espacio. El público entra: Sido, Josefa, Carmen, etc. y nos late el corazón muy fuerte. Esto va por ellos, son sus historias las que van a escuchar y que luego viajarán hasta Francia. Nos nos pierden ojo, al igual que la familia matrioska, nuestra nueva familia, temblamos de agradecimiento al tenerles allí frente a nosotros, en la energía distinta y no convencional que mueve la actuación. Somos otra cosa pero somos más nosotros que nunca.
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Tornadoppo se encuentra, Mnemósine nace. Muy despacito, en susurros, bajo la mirada de las historias de personas muy grandes que parecen pequeñas. Al final nos abrazamos debatimos y se escuchan más historia de exilio y frases como “¡Esto tendría que salir por la tele! Yo en la tele no veo cosas tan bonitas” Las mujeres nos corrigen el gallego cantado y los matrioskas nos miran con ojitos chispeantes, ¡¡¡¡Qué alegría porque esto es suyo!!!! De cada persona del pueblo y de la casa que hemos construido en diez días juntos. Nos habéis cuidado en cada paso, sin preguntas, sin presiones, Mnemósine lleva vuestra música. Acabamos de aterrizar en Marsella, pero nuestro corazón suena a flauta travesera y guitarra, a palmeos, comidas riquísimas, a un felino negro cazador; a las risas frenéticas, a chuchorrrrrrrrrrrr, ¡os deseamos lo mejor en el camino! Ha nacido una niña hermosa de cabello negro llamada Mnemósine que lleva vuestros nombres y los nombres de Sindo, Josefa, Carmen, Paquita, Aser, Teresa, Lola, Elena,…¡Seguimos, a ver que nos encontramos en Francia!
¡Qué historias, qué músicas y silencios!, ¡¡¡Gracias por todo que es tantoooo!!!