Vincent Scarth II

Unas tres semanas después estoy sentado en el autobús de regreso a Madrid, atravesando este
paisaje que se ha hecho tan familiar para mi y casi siento como mi casa.
Me doy cuenta de que es la primera vez en tres semanas que estoy solo, sin estar rodeado por
personas realmente excepcionales, y cuando salga del bus en Madrid ( y más tarde en Londres),
me volveré a dar cuenta de que tampoco he estado en una ciudad en todo este tiempo. ¡Qué
preciosa fue esa vida, allí fuera, en esa carretera rural de Os Blancos! Tan solo caminando de
arriba abajo, de casa al local y así otra vez. Y siempre rodeado de personas maravillosas. Así que
aquí me encuentro con un rollo de pinturas que son mucho mas calmadas que cualquier cosa que
haya pintado antes. Son de algún modo mucho más pensadas, más poéticas y profundas de lo
normal y también más misteriosas. Aún así, éstas pinturas no parecen importar mucho,
simplemente están ahí, pero siendo muy especiales. Luego está el mural que pinté con Bruno, que
es por una parte una oda al trabajo pero también muestra un mundo subterráneo loco y vibrante
lleno de miles de fragmentos narrativos. Este mural que fue parte del Proyecto Muros Blancos, fue
una increíblemente orgánica colaboración con Bruno, lo que me hizo descubrir que ambos somos
contadores de historias-pintores. Creando pinturas espontáneamente como si estuviéramos
inventando historias.
Y ahora miro atrás a esta experiencia increíble en Espacio Matrioska como, probablemente, el
momento clave de mi viaje en el arte, especialmente porque estoy considerando seriamente hacer
murales en el futuro. Pero aún más, me voy de Os Blancos enamorado de toda esa gente que
conocí, y que volveré a ver, y sintiendo una conexión especial con este grupo loco de humanos,
amantes de la vida, grandes bebedores de aceite de oliva, cantores constantes, aulladores de
“though-life”, raperos freestyle, que pintan, dibujan, juegan y construyen.

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Cosas que hacer y algunas otras cosas random:
-Volver para ver a los Matrioskas.
-Definitivamente ir al próximo Reina Loba.
-Züzelar.
-Estar atento a los jabalíes salvajes en la carretera.
-Comer tortillas.
-Organizar un proyecto mural en algún lugar con dinero suizo.
-Mezclar vino y Coca-cola (this is called pillarse un pedo con Kalimotxo, Vincent).
-Hacerme una cuenta de Instagram.
-Aprender algunas canciones de Alpargata, Jorge Drexler y Camarón.
-Aprender a hacer ese rasgueo flamenco (y dejar crecer mis uñas).
-Pensar sobre mi a-homo-sexualidad.
-Pintar más gente sujetando pescado.
-Tener colchones preparados en mi apartamento de Zurich para cualquier visita

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Cova

Cuando llegué imaginaba encontrarme a adultos haciendo cosas de adultos.
Vine pensando en trabajar sin descanso. En emplear cada minuto en proyectar algo nuevo. No fue así, no coincidieron mis días de estancia con mi periodo de proyección más activo, mi vida es muy así,  nunca nada pasa como me lo planteo.
Tengo periodos de absorción y periodos de proyección. Después de muchos bloqueos y perretas por querer ir en contra de mi otro yo decidí que lo mejor sería hacer caso al más fuerte.
Hice sin prisa mi proyecto, se trata de un trabajo conceptual, su concepto estaba en su mayor parte desarrollado, lo materialicé y me dediqué a la vida contemplativa.
Quizás las cosas no se tornan tan mal siempre.
He tenido tiempo para hablar con muchas personas, para ojear técnicas que no había probado anteriormente, para compartir experiencias y puntos de vista, para divagar sobre donde vamos los que queremos cambiar algo, para observar, para aprender y para desaprender.
La experiencia matrioska no se limita al desarrollo de tu proyecto, es una convivencia con personas con ganas de cambiar cosas, es gratificante descubrir de vez en cuando a gente que apuesta por lo mismo que tú.
Además de los matrioskos, he compartido habitación con un suizo-italiano que tiene acento colombiano, una portuguesa de la ciudad a la que probablemente me vaya a estudiar, un argentino adicto al mate, un italiano alérgico a los ácaros y otro punketa, un neerlandés experimentado en el cultivo de uva y un cantautor.
Todos estos humanos tienen un montón que contar. Todos tienen experiencias a sus espaldas, todos parecen enamorados del arte, de la música y de la vida. ¿Cómo estar enamorado de la vida si no lo estas del arte o de la música? ¿Genios abstemios?
Cuando llegué imaginaba encontrarme a adultos haciendo cosas de adultos. Menos mal que nunca nada pasa como me lo planteo.
Podéis ver más sobre su trabajo aquí.

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Vincent Scarth

Me siento como un extraño cuentacuentos. Las únicas historias que soy capaz de contar son aquellas que ni yo mismo conozco. Historias de gente sujetando enormes peces negros en alguna playa, con fantasmagóricos objetos situados en la arena, mirando hacia el cielo algo que no es visible en la pintura. O de junglas por la noche, con alguien que busca algo por la noche en el agua.

La primera semana en Espacio Matrioska ha pasado y estoy inmerso en la exploración de esta zona entre lo absurdo y lo ilustrativo, lo real y lo mágico, lo claro y lo ambiguo. Trato de crear pinturas en las que no está completamente claro lo que está ocurriendo, pero que parecen estar contando algún tipo de historia. Solo muestran el fragmento de alguna historia que nadie, ni siquiera yo, conocemos. Curiosamente mi estancia aquí en Os Blancos me ha llevado a comenzar una serie de gente que sostiene peces. Así, me estoy dedicando a esto. Mi plan para la próxima semana es:

  • Hacer más pinturas, pero ahora especificas de este lugar, explorando este mismo lugar de la narración.
  • Pintar un mural con Bruno en la casa de al lado.
  • Grabaciones de la gente interpretando las pinturas.

Este es el mejor lugar para hacer arte. Un pueblo donde no hay nada más, hay mucho espacio, y lo que es mas importante, todo el mundo está trabajando en algo y está verdaderamente comprometido.

Después de haber conocido a los chicos de KA en Nepal, hace aproximadamente un año y medio, siempre pense que esto es lo que el mundo del arte necesita: gente haciendo cosas. Y esto es lo que siento que estamos haciendo aquí y exactamente lo que quiero practicar. Hacer cosas, eso es todo.

Más sobre el trabajo de Vincent en su web.


I feel like a weird storyteller. The only stories I seem to be able to tell are the ones, I don’t even know myself. Stories of people holding enormous black fish on some beach, with ghostlike objects sticking in the sand, looking up into the sky at something not visible in the painting. Or of jungles at night, with someone looking for something in the water.

The first week at the Espacio Martioska has passed and I’m quite immersed in the exploration of this zone between the absurd and the illustrative, the real and the magical, the clear and the ambiguous. I am trying to create paintings, where it is neither completely clear what is going on, but also they seem to be telling some sort of story. They only show a fragment of some story, that nobody, not even me, knows. Curiously enough, my thoughts here in Os Blancos have brought me to start a series on people holding fish. And so, I am dedicating myself to this. In plan for next week: 

  • Making more paintings, but now specific to the place here, still exploring this same zone of storytelling.
  • Painting a mural with Bruno on that house next door.
  • Filming people interpreting the painting.

This place is the best place ever to make art. It’s in a village where there’s nothing else going on, there’s a lot of space and, most importantly, everybody is working at something and is really engaged.

After having met the guys of KA in Nepal about one and a half years ago, I always thought, that this is what the world of art needs: People doing things. And that is just what I feel we are here, and exactly what I would like to practice. Doing things, that’s it.

More about Vincent on his website.

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Tornadoppo II

A veces la vida te regala encuentros sutiles que te cambian. Llegas y eres acogido con tal naturalidad por abrazos, ideas y proyectos que no te das cuenta de que la obra se hace de otra manera, de hasta qué punto lleva el pulso de la gente del pueblo, del sonido de las espigas al atardecer, de cada pequeña cosa compartida, y de la revolución que están llevando a cabo un grupo de nueve artistas perdidos en Os Blancos.

Llegamos y fuimos inmersos en un saber hacer de otro modo, a manos abiertas todo es compartido: los espacios, las ideas, la comida, etc. Y nosotros teníamos que crear memoria en esta abundancia de ritmos y ralentí, haciendo familia, conociendo el lugar y a los otros. Crear con las nuevas caras, con otros horarios, hacer todo para todos juntos y poder llegar al corazón de las personas del pueblo que querían hablar, estar ahí para ellos, para la familia Matrioska y, al mismo tiempo, atender con rigor a lo que nos llevaba a Os Blancos: crear memoria de las historias silenciadas que harían o no nacer a Mnemósine, con la dificultad humana y técnica de aunar a seis artistas que se quieren con locura pero que es la primera vez que trabajan juntos.

Crear un lenguaje de compañía por primera vez y una obra justa con cada historia de los habitante de Os Blancos. En la primera parte del proceso, investigación, horas de ordenador sin pausa, reuniones para estructurar y poner en orden, montones de reuniones, cafés y pitillos, noches en vela, el frío gallego que pela, y la sensación de dedicar demasiado tiempo a trabajar cuando en las cenas y guitarreo sentíamos que nos tiraríamos toda una vida cantando con los matrioskas bajo el cielo azul, solo para poder compartir y conocerles un poquito más.

Y fuimos muy pronto muy conscientes, de que lo primero eran las personas de Os Blancos, sus historias. Charlar, pasear al atardecer con Paquita, Carmen, Sindo, Josefa… encontrarnos yendo al Bar con Aser, visitar Xinzo de Limia y conocer a la familia de Iván. Casi todo Os Blancos emigró. La tierra era dura, la tierra no daba para todos cuando la familia eran más de ocho, y el terrateniente de turno se quedaba con la mitad de lo cultivado. No había agua corriente, las mujeres corrían a la fuente para lavar y llenar las tinajas. Paquita nos contó que fue la única en quedarse en Os Blancos, todos los hermanos se fueron a Suiza, Alemania, Francia, pero ella no pudo, cuando intentó salir su suegro se puso enfermo y ella se quedó al cuidado. Siempre al cuidado y trabajando de todo: tienda de costura, bar, telégrafos, taxis…

Antes había 300 niños en la escuela, ahora no llegan a 25. Carmen cose, toda su casa es una obra de arte de ganchillo: cortinas, paragüeros, etc. su marido murió, su madre también y ella teje. Cuando tenía 7 años conoció a su madre, hasta entonces su tía se hizo cargo de ella; en Os Blancos no había pan para todos, y las madres dejaban a los hijos para poder enviarles dinero desde el extranjero (como ahora sucede en otros países).

Y así viajaron con contrato pero apelotonados en vagones de tren, llegando a una lengua extraña y sintiendo la morriña de que tanto nos hablan y nos cantan por Rianxeira. Familias separadas. Aser vaga por el pueblo a flor de piel; cuando te abres a él y ve tus ojos clavados en su alma, se desborda. Habla de su padre preso, inculpado por el cura de turno, habla de la rectitud de la tierra y su necesidad de huir a Oviedo. Sus manos rudas y despigmentadas llevan los surcos de la tierra seca.

Cada día con cada encuentro nuestro corazón se ensancha, agradecimiento y sencillez. Nos reunimos para ver de qué forma empezar a aunar los testimonios, la ficción, las imágenes y el teatro. Aparecen los personajes: la maestra republicana, una fugitiva francesa de la resistencia, la contrabandista de etnia gitana, el pasante, etc. Los ponemos en movimiento. La palabra es fácil porque les pertenece a Josefa, Carmen, Aser, etc. son ellos y, al mismo tiempo, somos nosotros, la historia de nuestros bisabuelos y abuelos. De dónde venimos: el sentimiento de rabia y trabajo de las clases humildes. Y al mismo tiempo nosotros junto con los matrioskas, con nuestra propia historia: ¿Quiénes somos? ¿Qué derecho tenemos a hablar del exilio? ¿Cuál es nuestro exilio como personas y como artistas?

El tiempo vuela. Nos conectamos en escena. Un día estamos inspirados y al siguiente nada funciona. Huimos de los clichés y echamos todo el trabajo por tierra. Volvamos a los testimonios, ningún efecto técnico ni artefacto. Sentir, respirar las entrevistas, respirarles y respirar sus palabras. Todo se vuelve imagen en sombra, suelo de piedra, collage de tierra proyectados, planos detalle de unos pies, sonidos de alguien cantando, luz tenue. Tendemos la ropa, nos lavamos, y preparamos para confesar nuestros adentros. La obra se vuelve íntima, a oscuras. Tengo un secreto, un dolor que me persigue, la alegría de un amor: ¿quieres escucharlo? Te lo canto a ti que me has dado la voz.

 

Ensayo a contrareloj, primera puesta en escena; todo está verde que te quiero verde, no sabemos porqué pero avanzamos seguros, llenamos botellas de vidrio de testimonios e imágenes, reutilizamos el taller de los matrioskas: cuerdas, herramientas, maderas, ventanas rotas… creamos un espacio. El público entra: Sido, Josefa, Carmen, etc. y nos late el corazón muy fuerte. Esto va por ellos, son sus historias las que van a escuchar y que luego viajarán hasta Francia. Nos nos pierden ojo, al igual que la familia matrioska, nuestra nueva familia, temblamos de agradecimiento al tenerles allí frente a nosotros, en la energía distinta y no convencional que mueve la actuación. Somos otra cosa pero somos más nosotros que nunca.

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Tornadoppo se encuentra, Mnemósine nace. Muy despacito, en susurros, bajo la mirada de las historias de personas muy grandes que parecen pequeñas. Al final nos abrazamos debatimos y se escuchan más historia de exilio y frases como “¡Esto tendría que salir por la tele! Yo en la tele no veo cosas tan bonitas” Las mujeres nos corrigen el gallego cantado y los matrioskas nos miran con ojitos chispeantes, ¡¡¡¡Qué alegría porque esto es suyo!!!! De cada persona del pueblo y de la casa que hemos construido en diez días juntos. Nos habéis cuidado en cada paso, sin preguntas, sin presiones, Mnemósine lleva vuestra música. Acabamos de aterrizar en Marsella, pero nuestro corazón suena a flauta travesera y guitarra, a palmeos, comidas riquísimas, a un felino negro cazador; a las risas frenéticas, a chuchorrrrrrrrrrrr, ¡os deseamos lo mejor en el camino! Ha nacido una niña hermosa de cabello negro llamada Mnemósine que lleva vuestros nombres y los nombres de Sindo, Josefa, Carmen, Paquita, Aser, Teresa, Lola, Elena,…¡Seguimos, a ver que nos encontramos en Francia!

¡Qué historias, qué músicas y silencios!, ¡¡¡Gracias por todo que es tantoooo!!!

Tornadoppo

Tornadoppo empieza su camino…
Llevamos seis días fuera del ruido urbano, seis días de silencio, paz y asombro. En Espacio Matrioska, conociendo y compartiendo momentos, música y comidas con esta familia de artistas que nos han acogido con los brazos abiertos, y con los vecinos de Os Blancos (que ya son caras familiares), haciéndonos sentir en casa desde el primer momento.
¡Qué necesario es encontrar un entorno que te abrace cuando vas a crear!
En estos primeros momentos nos reencontramos, tomamos nuestras marcas, exploramos las posibilidades que nos brinda el campo gallego…
Primer encuentro para iniciar un primer proyecto. Mucha emoción, alegría, risas, pero también vértigo, muchas preguntas por contestar y el sentimiento de estas embarcándonos en un terreno tan apasionante como delicado y complejo…
“Exilio” ¿Qué se entiende por exiliarse? ¿Cuantas miles de maneras y razones llevan a una persona a dejar su tierra? ¿Cómo lo vivimos cada uno de nosotros? ¿Qué hace que una tierra sea mi hogar? ¿A qué se renuncia, que dejamos por el camino, a qué precio?
Miles de preguntas que nos rondan por la cabeza al escuchar las historias que nos empiezan a desvelar los vecinos de Os Blancos. Personas generosas que nos ofrecen partes de su historia con humildad, sin saber cuán importante es para nosotros poder entender lo que sucedió y desde donde empezar a construir…

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