Aline II

Ahora, con la distancia, soy capaz de analizar un poco más todas mis vivencias durante la residencia artística. He de decir que echo de menos el silencio del pueblo. En a ciudad todo es muy ruidoso en comparación. También echo de menos conversar y escuchar a la gente. Porque aquí, al alzarse tantas voces, acabas no escuchando ninguna.

Me lo pasé muy bien en Blancos y, a pesar de no ir con una idea preconcebida, no me esperaba para nada una experiencia tan gratificante. Conocí a verdaderos artistas. De los que exponen en galerías y de los que guardan su obra en el altillo de un armario. Me relacioné con gente de todos los tipos y todas las edades. Señoras, niños y gente muy parecida a mí. Por momentos me sentí amiga, hija, nieta e incluso madre. Pero también me frustré, me entristecí ante situaciones que no podía cambiar, ante personas que no podía ayudar.

En el anterior post comentaba que la segunda parte de mi proyecto tenía origen en la confesión de varias señoras durante nuestras (ya añoradas) caminatas diarias. Muchas de ellas sufren depresión estacional y con las primeras hojas de otoño empiezan a adentrarse en un estado de melancolía que dura hasta la primavera siguiente.

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El plan era sencillo en mi cabeza, bordar flores por las verjas de todo el pueblo, sobretodo por la zona donde las señoras iban a caminar. Esas flores seguirán en invierno (han sobrevivido ya a más de tres tormentas de verano) y las personas que las vean recordarán que a pesar del frío y la lluvia invernal, el verano volverá.

Mientras realizaba los murales por el pueblo he sufrido quemaduras solares (gracias a Paquita que me trajo una pamela gigante no ha sido peor), he bordado bajo un paraguas que me sujetaba Iria, una niña del pueblo que me seguía a todos lados, he tenido que volver a casa a buscar una chaqueta porque no aguantaba el frío y he tenido que salir corriendo dejando atrás parte de mis hilos porque empezaba a granizar. En fin, que el clima Gallego no me permitió realizar tantos trabajos como me hubiese gustado. Sin embargo, mientras me acompañaba, Iria aprendió la técnica y me prometió que cuando volviese me encontraría con más bordados realizados esta vez por ella.

El último día tocaba presentación y decidí hacerlo de manera informal, como la gente, como el pueblo. Convocamos a las señoras a una merienda y entre chorizo, vino y tarta de cerezas, estuvimos charlando y contando anécdotas. No hubo discurso ni presentación. Mi obra estaba allí en ese momento: las relaciones que había entablado durante dos semanas con Blancos y sus habitantes y la sensación de que habían disfrutado tanto como yo.

Después de la merienda nos fuimos de caminata. Una reminiscencia del punto más importante de mi rutina durante la residencia, aunque esta vez bajo la lluvia. Durante el paseo íbamos parando en las verjas que había intervenido, comentando y como no, charlando.

Nos despedimos entre abrazos y promesas de que volvería el verano siguiente a seguir con mi labor. No sé si eso será posible, pero desde luego me encantaría. La cultura de las experiencias y nuestra forma de vida nómada hace que estemos cada vez más acostumbrados a lo efímero, a las despedidas. O ese por lo menos es mi caso. Sin embargo esta despedida destacó entre tantas otras por la comodidad y la familiaridad de la misma. No éramos desconocidos despidiéndonos después de un periodo de convivencia. Somos amigos que saben que, aunque pasen los meses y los años, nos volveremos a ver.

Aline

Al llegar a Blancos lo hice también acompañada de la primavera y el calor. He de reconocer que no sabía más del pueblo que las pocas imágenes que había mirado en Google Maps, y me esperaba un entorno frío, gris y hostil. No podía estar más equivocada.

Antes de llegar había decidido realizar un proyecto que se dividiera en dos partes. En la primera quería interactuar con los habitantes del pueblo, detectar una necesidad y poner mi granito de arena para mejorar su entorno.

Extrañamente, tras un pequeño periodo de adaptación, empecé a sentirme muy cómoda, como si parte de mí siempre hubiese pertenecido a este sitio. Me relacionaba con gente que nunca había visto y a veces ni siquiera entendía lo que hablaban pero mis paseos diarios con las señoras del pueblo, Carmen, Rosa, Paquita, Amparo, Sira, se convirtieron en una rutina. En clase de costura empecé a sentirme una más y mis excursiones por los caminos de alrededor en busca de inspiración eran para mí ya una necesidad.

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A medida que mis conversaciones con con la gente del pueblo iban profundizando, también iba descubriendo otra realidad en Blancos: la del frío y la soledad. En invierno mucha gente se marcha del pueblo y el frío, la falta de actividad y la falta de interacción social hacen que muchas señoras se depriman.

Carmen me dijo un día: “En cuanto se me empiezan a ir las flores, también va desapareciendo la alegría.” Cuando escuché eso decidí que mi proyecto sería bordar pequeñas flores por todo el pueblo ya que esas no se irían en invierno y, al verlas, la gente podría recordar que en unos meses las personas, la flores y el calor volverían. Y la tristeza se iría.

Elisa Rodríguez

Fui la última residente del verano. Tan última que ya llevábamos abrigo. Las noches nos atizaban con una despiadada frigidez pero los días seguían regalándonos unos rayos de sol que se complementaban estupendamente con unas cañitas donde Elena. Esos días aprendí que el batik, con sus vapores de cera caliente, es perfecto para combatir el frescor que se te mete en el cuerpo. Era la primera vez que lo practicaba fuera del clima tropical.

El batik es una técnica originaria de Indonesia que consiste en teñir telas reservando el color original del tejido con cera líquida, aplicada con pinceles o canting (una herramienta que actúa como un «bolígrafo de cera») y sumergiendo la tela en tintes que no penetran donde la cera ha sido aplicada. De esta manera, se puede pasar poco a poco de los colores más claros a los más oscuros creando capas de reserva, y finalmente retirando la cera metiendo la pieza en agua hirviendo o bien con plancha y papel de estraza o periódicos. Yo me fui a lo loco en el 2014 a aprender esta técnica en el Instituto de Arte de Yogyakarta con una Beca Darmasiswa, más como una excusa para poder hacer allí otras cosas que entonces me interesaban más. Sin embargo me encontré con la inesperada experiencia de la artesanía como forma de comprensión del entorno, como comunicación con una cultura. Y me fascinó. Al volver y adaptarme de nuevo a los ritmos occidentales me fui olvidando poco a poco de aquella otra dimensión en la que floté un año, y la falta de espacio, de trabajo, las presiones inmediatas y mil inquietudes distintas hicieron que no lo volviese a practicar.

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Mi estancia en Espacio Matrioska, dos años después, era la excusa perfecta para utilizar la residencia como rito: un reencuentro con una asignatura pendiente que me permitiese recuperar conocimientos/adquisiciones/influencias perdidas en una transición que en su día fue demasiado brusca. Fue una ocasión perfecta para volver a pensar en aquellos días olvidados, volver a derretir la cera y experimentar con los materiales. Este último punto es quizás el más complejo de mi estancia y el que me dejó un tanto insatisfecha: los tintes y ceras encontrados en España son muy diferentes a aquellos con los que aprendí el batik y los resultados no siempre eran los óptimos. Sin embargo también resultaba un juego divertido observar su comportamiento y descifrar cómo adaptarlos a mi propia manera de trabajar. Compartir este proceso (estas preocupaciones) con los matrioskas, las mujeres del taller de costura del pueblo y con algún que otro curioso que se apuntase a «batikear» no solo hacía todo más interesante sino que le daba sentido.

Hubo también unos primeros días de investigación personal en los que busqué motivos que se repitiesen en el pueblo y que lo hicieran característico o casi extravagante a mis ojos, para ironizar sutilmente con la peculiar idea de «lo exótico» al tiempo que generaba patrones textiles fundibles con los que yo traía de Java en papel (y que varias asistentes utilizaron durante el taller). Realicé varios bocetos en los huertos locales de lo que llaman berza gallega y que en mi ignorancia millenial no había visto en mi vida. Conversé con los dueños de los cultivos acerca del caldo gallego y aproveché para escuchar. Porque ante todo, de eso es de lo que se trata. Igual que hacer batik es concentrarse y cavilar, dibujar es detenerse y estar atento. Y todo ello genera la dimensión profunda de lo que muchos llaman con desprecio artesanía. Porque algunas personas no comprenden el trabajo lento, así como otras no conciben el retorno a los pueblos.

A menudo trabajo con la crítica a la publicidad, y mi investigación de Máster trataba muy de cerca esta cuestión. De alguna manera, y aunque parezca disociado, encuentro en el batik una parte activa dentro de estas inquietudes al constituir una antítesis del mundo del consumo. Concretamente, en el contexto del Espacio, se le añade además la vida en común, que parece ponerle una zancadilla al progresivo individualismo que caracteriza nuestra sociedad. Y esto es, sin duda, lo que más me ha podido satisfacer de mi actividad allí: la sensación de aportar, de forma divertida, una manera diferente de construir una imagen. Pero también, por supuesto, conseguir que una cultura como la indonesia nos resulte a todos un poquito menos lejana.

Ana y Chucho

Ana Nan y Andrés Trillo

Durante nuestros días en Os Blancos bromeábamos con la idea de que acabaríamos escribiendo un post-póstumo, ¡y parece que al final así ha sido! Nos avisaron de que una vez te rodeas de los campos y montes gallegos la vida parece adquirir un nuevo ritmo, y lo cierto es que nos ha encantado dejarnos llevar por la tranquilidad que se respira allí arriba.
El proyecto ‘De caminantes y caminos’ nació con la idea de explorar, conocer y conservar la memoria colectiva de ciertas zonas que por uno u otro motivo nunca recibieron la atención que realmente merecían. En él nunca tuvieron cabida hechos históricos, datos geográficos u otros escritos a los que de una u otra manera cualquier enciclopedia dedica sus páginas, al contrario, nuestro propósito era el de rescatar las pequeñas historias que dieron sentido a sus gentes, los juegos de su infancia, los momentos de alegría y los de pena, los de trabajo y los de ocio, sus viajes, sus horas en el campo, sus miedos, y por supuesto también sus logros.

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La primera parada de nuestro particular camino nos acercó Matrioska, a la zona sur de Ourense y a sus gentes, que nos acogieron como pocas veces habíamos visto y sentido. Llegamos hasta allí armados con un puñado de botes de cristal y un proyecto deliberadamente abierto al cambio, deseosos de iniciar las conversaciones que empezasen a darle forma, deseosos de oír, ver, conocer y compartir.
Los habitantes de Os Blancos, Aguís, Laureses y Fontearcada no dudaron en abrirnos sus puertas. Así, cada palabra, cada mirada, cada historia que escuchamos durante la primera semana caló muy profundo en nosotros. Teníamos claro que íbamos a aprender, no a enseñar, así que no tardamos en desechar toda idea preconcebida sobre la forma que el proyecto debía tomar para sentarnos sobre la mesa y trazar nuevas rutas. De esta manera llegamos a la necesidad de recoger de una forma más extensa las diferentes historias, puntos de vista y realidades de las que hablarían los botes. Así decidimos añadir a nuestro proyecto una pequeña publicación, dejando que los
contenedores de cristal pasaran a formar un índice visual compuesto con elementos simbólicos de cada uno de los capítulos del librillo.
Todo encajaba, los protagonistas de nuestras historias tendrían una representación directa en la obra, abstracta e íntima a partes iguales, al mismo tiempo que lograríamos conservar y difundir sus vivencias de una forma abierta y anónima, en forma de memoria colectiva de los pueblos, los caminos y sus caminantes.

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Antes de despedirnos queríamos agradecer, al más puro estilo de carta de amor –cosa que en cierto modo, es–, el cariño y la acogida que nos ha dado la gente del pueblo y nuestras compañeras de aventuras durante la residencia (Anamnesis y Katiuskas).
Nunca olvidaremos esas historias transformadas en consejos de vida, esos paseos por la carretera, esas conversaciones ante una buena taza de té, los amaneceres rodeados de agua y las noches rodeadas de licores, guitarras y comida casera.
Tampoco podemos irnos sin mandar un pequeño gran guiño al equipo de Matrioska, que nos acogió en su casa y nos dió vía libre en su estudio. Hemos aprendido mucho de vosotrxs, chicxs; en el arte y en la vida; en lo individual, en lo colectivo, y en la buena mezcla de las cuatro anteriores.

Podéis ver online el fanzine en este enlace.

~ Comparte las historias emocionales de tu territorio ~
~ Conserva la memoria colectiva de tu camino ~

 

Katiuskas

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[GAL]

Tras 8 intensos días nos Blancos coa familia Matrioska, e uns días máis para dixerir todo o
vivido e voltar as nosas casas, sentámonos no ordenador para contar algo de esta fermosa
experiencia.
A nosa chegada aos Blancos estivo chea de nervios, nas nosas cacholas só aparecía o
número 8, 8, 8…… 8 días de residencia que curiosamente coincide cun número moi
importante tamén para un marabilloso home dos Blancos que nos agasallou con parte da
súa historia entre outras moitas.
Coñecimos aos membros de Matrioska,e coincidimos con Ana e Chucho, outros dous
residentes cos que compartimos a nosa Resistencia ante tormentas e sarabia!! Dúas
persoas fermosísimas que tiñan un proxecto igual de fermoso e coas que compartimos
momentazos. Esas risas, cando ás 8:00 da mañá descubres que tes o cuarto inundado e
érgueste a baleira-la auga a base de cubos, fregonas e vasoira.
A nosa estancia foi breve pero intensa, pasamos os días percorrendo o pobo e falando coa
xente, para iniciar un dos piares do noso proxecto: as BiblioPersoas. Ali ofrecéronnos
historias de vida que falaban das migracións, dos retornos e da morriña pola terra e a
familia. Compartimos momentos de sorrisos e bágoas ao escoitar as historias que nos
ofrecían.
Despois da tormenta mental chegou a calma.Perdémonos no proceso, tentando buscar o
xeito ideal de presenta-lo noso proxecto e atopamos, finalmente, que volver ao punto de
inicio era a saída, facer o que sabemos e nos gusta, narrar historias.
Todo isto non puido ter sido mellor, namorámonos do proxecto e da xente que alí se atopa
somos moi fans!, as individualidades e o colectivo, e ese punto de unión co pobo.
Moitas gracias a todas e todos, foi un placer compartir esta experiencia!!
Longa vida a Matrioska!!!!


[CAST]

Tras 8 intensos días en los Blancos con la familia Matrioska, y unos días más para digerir
todo lo vivido, volvemos a nuestras casas, nos sentamos en el ordenador para contar algo
de esta hermosa experiencia.
Nuestra llegada a los Blancos fue llena de nervios, en nuestras cabezas solo aparecía el
número 8, 8, 8….. 8 días de residencia que curiosamente coincide con un número muy
importante también para uno maravilloso hombre de los Blancos que nos agasajó con parte
de su historia entre otras muchas historias.
Conocimos a todos los miembros de Matrioska, y también coincidimos con Ana y Chucho
otros dos residentes con los que compartimos nuestra Resistencia ante tormentas y
granizo!! Dos personas hermosísimas que tenían un proyecto igual de hermoso y con las
que compartimos momentazos. Esas risas, cuando a las 8:00 de la mañana descubres que
tienes el cuarto inundado y te levantas a vaciar el agua a base de cubos, fregonas y
escobas.
Nuestra estancia fue breve pero intensa, pasamos los días recorriendo el pueblo y hablando
con la gente, para iniciar uno de los pilares de nuestro proyecto: las BiblioPersoas. Allí nos
ofrecieron historias de vida que hablaban de las migraciones, de los retornos y de la morriña
por la tierra y la familia. Compartimos momentos de risas y lágrimas al escuchar las
historias que nos ofrecían.
Después de la tormenta mental llegó la calma. Nos perdimos en el proceso, intentando
buscar la manera ideal de presentar nuestro proyecto y encontramos, finalmente, que
volver al punto de inicio era la salida, hacer lo que sabemos y nos gusta, narrar historias.
Todo esto no pudo haber sido mejor, nos enamoramos del proyecto y de la gente que allí se
encuentra,somos muy fans!. Las individualidades y el colectivo, y ese punto de unión con el
pueblo.

Muchas gracias a todas y todos, fue un placer compartir esta experiencia!!
Larga vida a Matrioska!!!!

ADRIANA Y MARÍA – «Historias del Territorio»

Día 1:
Llegamos el martes a Xinzo de Limia.
Alberto y Ana nos recogieron y fuimos a Os Blancos, y siguiendo su ritual nos llevaron por ‘’a estrada bella’’. Una vez allí, en el hogar Matrioska, conocimos al resto del equipo y a las otras dos resis (de resistencia, de resiliente o de residentes) con las que compartimos espacio de trabajo.
Minutos después nos desplazamos al centro Matrioska, un conjunto de estancias en las que puedes ejercer de lo que quieras, ya sea de escultor, pintor, grabador, músico y un largo etcétera.
Una vez se marcharon los niños perdidos nos quedamos en una de las habitaciones para terminar de concretar. Un espacio con mesa y ventana, un marco que encuadraba una pareja sentada al fondo de la escena.
Comenzamos a grabar.
Y de aquella imagen distinguimos unas formas familiares.
Lucía y Yaiza entraron y nos llevaron de paseo con las mujeres de amarillo. Con ellas recorrimos parte del margen de Os Blancos. Nos hablaron de Alemania, de sus vidas aquí y allá, de sus hijos y nietas. Nosotras les hablamos de.
Y así comienza este cuento.
Día 2:
Viaje a Xinzo en el coche rojo, comida, conversación y proyecto de albañilería. Vuelta a Os Blancos.
Entra Basilisa con historias. Nos habla de la leyenda de Reina Loba, de su tia, una mujer, hermana de ocho hermanos. Ella escuchaba y escribía. Recogía memoria en un libro que un día fue robado.
Queremos saber más de Basilisa.
Julio y María, Delia y Pepita. Les acompañamos en su paseo diario. A paso tranquilo nos conocemos. Julio es un guardia civil retirado, le entristece la idea del campo sin la huella directa del trabajador. No habla mucho, o quizás es porque no nos conoce. María nos cuenta sobre sus hijos y el porqué viven en este pueblo.
A Delia no le gusta su nombre. Pepita es profesora de primaria. Les contamos que queremos reunir a los vecinos alrededor de una tarea común, y Delia nos cuenta historias de cómo se trabaja(ba) en comunidad: recoger patatas, moler el centeno, preparar el lino, tejer. Por el camino conocimos a Rosa, sentada en una piedra preguntó por la hora de la misa y la llegada de los congelados.
Terminamos en la ‘’Alameda’’, un lugar creado por Julio y el padre de Pepita. Entre castaños construyeron una fuente que rodearon de piedras.
La ‘’Alameda’’ es un espacio de encuentro. Quizás sea un lugar especial para María y Julio.
Ellos viven aqui. Nosotras llegamos queriendo saber.
¿Es necesario conectar con ellos para llevar a cabo este proyecto?
¿Estamos forzando esa relación para conseguir lo que venimos buscando?
¿Buscamos para nosotras o para ellos?
Ambas.
¿Nos falta tiempo?

Vincent Scarth II

Unas tres semanas después estoy sentado en el autobús de regreso a Madrid, atravesando este
paisaje que se ha hecho tan familiar para mi y casi siento como mi casa.
Me doy cuenta de que es la primera vez en tres semanas que estoy solo, sin estar rodeado por
personas realmente excepcionales, y cuando salga del bus en Madrid ( y más tarde en Londres),
me volveré a dar cuenta de que tampoco he estado en una ciudad en todo este tiempo. ¡Qué
preciosa fue esa vida, allí fuera, en esa carretera rural de Os Blancos! Tan solo caminando de
arriba abajo, de casa al local y así otra vez. Y siempre rodeado de personas maravillosas. Así que
aquí me encuentro con un rollo de pinturas que son mucho mas calmadas que cualquier cosa que
haya pintado antes. Son de algún modo mucho más pensadas, más poéticas y profundas de lo
normal y también más misteriosas. Aún así, éstas pinturas no parecen importar mucho,
simplemente están ahí, pero siendo muy especiales. Luego está el mural que pinté con Bruno, que
es por una parte una oda al trabajo pero también muestra un mundo subterráneo loco y vibrante
lleno de miles de fragmentos narrativos. Este mural que fue parte del Proyecto Muros Blancos, fue
una increíblemente orgánica colaboración con Bruno, lo que me hizo descubrir que ambos somos
contadores de historias-pintores. Creando pinturas espontáneamente como si estuviéramos
inventando historias.
Y ahora miro atrás a esta experiencia increíble en Espacio Matrioska como, probablemente, el
momento clave de mi viaje en el arte, especialmente porque estoy considerando seriamente hacer
murales en el futuro. Pero aún más, me voy de Os Blancos enamorado de toda esa gente que
conocí, y que volveré a ver, y sintiendo una conexión especial con este grupo loco de humanos,
amantes de la vida, grandes bebedores de aceite de oliva, cantores constantes, aulladores de
“though-life”, raperos freestyle, que pintan, dibujan, juegan y construyen.

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Cosas que hacer y algunas otras cosas random:
-Volver para ver a los Matrioskas.
-Definitivamente ir al próximo Reina Loba.
-Züzelar.
-Estar atento a los jabalíes salvajes en la carretera.
-Comer tortillas.
-Organizar un proyecto mural en algún lugar con dinero suizo.
-Mezclar vino y Coca-cola (this is called pillarse un pedo con Kalimotxo, Vincent).
-Hacerme una cuenta de Instagram.
-Aprender algunas canciones de Alpargata, Jorge Drexler y Camarón.
-Aprender a hacer ese rasgueo flamenco (y dejar crecer mis uñas).
-Pensar sobre mi a-homo-sexualidad.
-Pintar más gente sujetando pescado.
-Tener colchones preparados en mi apartamento de Zurich para cualquier visita

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Cova

Cuando llegué imaginaba encontrarme a adultos haciendo cosas de adultos.
Vine pensando en trabajar sin descanso. En emplear cada minuto en proyectar algo nuevo. No fue así, no coincidieron mis días de estancia con mi periodo de proyección más activo, mi vida es muy así,  nunca nada pasa como me lo planteo.
Tengo periodos de absorción y periodos de proyección. Después de muchos bloqueos y perretas por querer ir en contra de mi otro yo decidí que lo mejor sería hacer caso al más fuerte.
Hice sin prisa mi proyecto, se trata de un trabajo conceptual, su concepto estaba en su mayor parte desarrollado, lo materialicé y me dediqué a la vida contemplativa.
Quizás las cosas no se tornan tan mal siempre.
He tenido tiempo para hablar con muchas personas, para ojear técnicas que no había probado anteriormente, para compartir experiencias y puntos de vista, para divagar sobre donde vamos los que queremos cambiar algo, para observar, para aprender y para desaprender.
La experiencia matrioska no se limita al desarrollo de tu proyecto, es una convivencia con personas con ganas de cambiar cosas, es gratificante descubrir de vez en cuando a gente que apuesta por lo mismo que tú.
Además de los matrioskos, he compartido habitación con un suizo-italiano que tiene acento colombiano, una portuguesa de la ciudad a la que probablemente me vaya a estudiar, un argentino adicto al mate, un italiano alérgico a los ácaros y otro punketa, un neerlandés experimentado en el cultivo de uva y un cantautor.
Todos estos humanos tienen un montón que contar. Todos tienen experiencias a sus espaldas, todos parecen enamorados del arte, de la música y de la vida. ¿Cómo estar enamorado de la vida si no lo estas del arte o de la música? ¿Genios abstemios?
Cuando llegué imaginaba encontrarme a adultos haciendo cosas de adultos. Menos mal que nunca nada pasa como me lo planteo.
Podéis ver más sobre su trabajo aquí.

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Vincent Scarth

Me siento como un extraño cuentacuentos. Las únicas historias que soy capaz de contar son aquellas que ni yo mismo conozco. Historias de gente sujetando enormes peces negros en alguna playa, con fantasmagóricos objetos situados en la arena, mirando hacia el cielo algo que no es visible en la pintura. O de junglas por la noche, con alguien que busca algo por la noche en el agua.

La primera semana en Espacio Matrioska ha pasado y estoy inmerso en la exploración de esta zona entre lo absurdo y lo ilustrativo, lo real y lo mágico, lo claro y lo ambiguo. Trato de crear pinturas en las que no está completamente claro lo que está ocurriendo, pero que parecen estar contando algún tipo de historia. Solo muestran el fragmento de alguna historia que nadie, ni siquiera yo, conocemos. Curiosamente mi estancia aquí en Os Blancos me ha llevado a comenzar una serie de gente que sostiene peces. Así, me estoy dedicando a esto. Mi plan para la próxima semana es:

  • Hacer más pinturas, pero ahora especificas de este lugar, explorando este mismo lugar de la narración.
  • Pintar un mural con Bruno en la casa de al lado.
  • Grabaciones de la gente interpretando las pinturas.

Este es el mejor lugar para hacer arte. Un pueblo donde no hay nada más, hay mucho espacio, y lo que es mas importante, todo el mundo está trabajando en algo y está verdaderamente comprometido.

Después de haber conocido a los chicos de KA en Nepal, hace aproximadamente un año y medio, siempre pense que esto es lo que el mundo del arte necesita: gente haciendo cosas. Y esto es lo que siento que estamos haciendo aquí y exactamente lo que quiero practicar. Hacer cosas, eso es todo.

Más sobre el trabajo de Vincent en su web.


I feel like a weird storyteller. The only stories I seem to be able to tell are the ones, I don’t even know myself. Stories of people holding enormous black fish on some beach, with ghostlike objects sticking in the sand, looking up into the sky at something not visible in the painting. Or of jungles at night, with someone looking for something in the water.

The first week at the Espacio Martioska has passed and I’m quite immersed in the exploration of this zone between the absurd and the illustrative, the real and the magical, the clear and the ambiguous. I am trying to create paintings, where it is neither completely clear what is going on, but also they seem to be telling some sort of story. They only show a fragment of some story, that nobody, not even me, knows. Curiously enough, my thoughts here in Os Blancos have brought me to start a series on people holding fish. And so, I am dedicating myself to this. In plan for next week: 

  • Making more paintings, but now specific to the place here, still exploring this same zone of storytelling.
  • Painting a mural with Bruno on that house next door.
  • Filming people interpreting the painting.

This place is the best place ever to make art. It’s in a village where there’s nothing else going on, there’s a lot of space and, most importantly, everybody is working at something and is really engaged.

After having met the guys of KA in Nepal about one and a half years ago, I always thought, that this is what the world of art needs: People doing things. And that is just what I feel we are here, and exactly what I would like to practice. Doing things, that’s it.

More about Vincent on his website.

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Tornadoppo II

A veces la vida te regala encuentros sutiles que te cambian. Llegas y eres acogido con tal naturalidad por abrazos, ideas y proyectos que no te das cuenta de que la obra se hace de otra manera, de hasta qué punto lleva el pulso de la gente del pueblo, del sonido de las espigas al atardecer, de cada pequeña cosa compartida, y de la revolución que están llevando a cabo un grupo de nueve artistas perdidos en Os Blancos.

Llegamos y fuimos inmersos en un saber hacer de otro modo, a manos abiertas todo es compartido: los espacios, las ideas, la comida, etc. Y nosotros teníamos que crear memoria en esta abundancia de ritmos y ralentí, haciendo familia, conociendo el lugar y a los otros. Crear con las nuevas caras, con otros horarios, hacer todo para todos juntos y poder llegar al corazón de las personas del pueblo que querían hablar, estar ahí para ellos, para la familia Matrioska y, al mismo tiempo, atender con rigor a lo que nos llevaba a Os Blancos: crear memoria de las historias silenciadas que harían o no nacer a Mnemósine, con la dificultad humana y técnica de aunar a seis artistas que se quieren con locura pero que es la primera vez que trabajan juntos.

Crear un lenguaje de compañía por primera vez y una obra justa con cada historia de los habitante de Os Blancos. En la primera parte del proceso, investigación, horas de ordenador sin pausa, reuniones para estructurar y poner en orden, montones de reuniones, cafés y pitillos, noches en vela, el frío gallego que pela, y la sensación de dedicar demasiado tiempo a trabajar cuando en las cenas y guitarreo sentíamos que nos tiraríamos toda una vida cantando con los matrioskas bajo el cielo azul, solo para poder compartir y conocerles un poquito más.

Y fuimos muy pronto muy conscientes, de que lo primero eran las personas de Os Blancos, sus historias. Charlar, pasear al atardecer con Paquita, Carmen, Sindo, Josefa… encontrarnos yendo al Bar con Aser, visitar Xinzo de Limia y conocer a la familia de Iván. Casi todo Os Blancos emigró. La tierra era dura, la tierra no daba para todos cuando la familia eran más de ocho, y el terrateniente de turno se quedaba con la mitad de lo cultivado. No había agua corriente, las mujeres corrían a la fuente para lavar y llenar las tinajas. Paquita nos contó que fue la única en quedarse en Os Blancos, todos los hermanos se fueron a Suiza, Alemania, Francia, pero ella no pudo, cuando intentó salir su suegro se puso enfermo y ella se quedó al cuidado. Siempre al cuidado y trabajando de todo: tienda de costura, bar, telégrafos, taxis…

Antes había 300 niños en la escuela, ahora no llegan a 25. Carmen cose, toda su casa es una obra de arte de ganchillo: cortinas, paragüeros, etc. su marido murió, su madre también y ella teje. Cuando tenía 7 años conoció a su madre, hasta entonces su tía se hizo cargo de ella; en Os Blancos no había pan para todos, y las madres dejaban a los hijos para poder enviarles dinero desde el extranjero (como ahora sucede en otros países).

Y así viajaron con contrato pero apelotonados en vagones de tren, llegando a una lengua extraña y sintiendo la morriña de que tanto nos hablan y nos cantan por Rianxeira. Familias separadas. Aser vaga por el pueblo a flor de piel; cuando te abres a él y ve tus ojos clavados en su alma, se desborda. Habla de su padre preso, inculpado por el cura de turno, habla de la rectitud de la tierra y su necesidad de huir a Oviedo. Sus manos rudas y despigmentadas llevan los surcos de la tierra seca.

Cada día con cada encuentro nuestro corazón se ensancha, agradecimiento y sencillez. Nos reunimos para ver de qué forma empezar a aunar los testimonios, la ficción, las imágenes y el teatro. Aparecen los personajes: la maestra republicana, una fugitiva francesa de la resistencia, la contrabandista de etnia gitana, el pasante, etc. Los ponemos en movimiento. La palabra es fácil porque les pertenece a Josefa, Carmen, Aser, etc. son ellos y, al mismo tiempo, somos nosotros, la historia de nuestros bisabuelos y abuelos. De dónde venimos: el sentimiento de rabia y trabajo de las clases humildes. Y al mismo tiempo nosotros junto con los matrioskas, con nuestra propia historia: ¿Quiénes somos? ¿Qué derecho tenemos a hablar del exilio? ¿Cuál es nuestro exilio como personas y como artistas?

El tiempo vuela. Nos conectamos en escena. Un día estamos inspirados y al siguiente nada funciona. Huimos de los clichés y echamos todo el trabajo por tierra. Volvamos a los testimonios, ningún efecto técnico ni artefacto. Sentir, respirar las entrevistas, respirarles y respirar sus palabras. Todo se vuelve imagen en sombra, suelo de piedra, collage de tierra proyectados, planos detalle de unos pies, sonidos de alguien cantando, luz tenue. Tendemos la ropa, nos lavamos, y preparamos para confesar nuestros adentros. La obra se vuelve íntima, a oscuras. Tengo un secreto, un dolor que me persigue, la alegría de un amor: ¿quieres escucharlo? Te lo canto a ti que me has dado la voz.

 

Ensayo a contrareloj, primera puesta en escena; todo está verde que te quiero verde, no sabemos porqué pero avanzamos seguros, llenamos botellas de vidrio de testimonios e imágenes, reutilizamos el taller de los matrioskas: cuerdas, herramientas, maderas, ventanas rotas… creamos un espacio. El público entra: Sido, Josefa, Carmen, etc. y nos late el corazón muy fuerte. Esto va por ellos, son sus historias las que van a escuchar y que luego viajarán hasta Francia. Nos nos pierden ojo, al igual que la familia matrioska, nuestra nueva familia, temblamos de agradecimiento al tenerles allí frente a nosotros, en la energía distinta y no convencional que mueve la actuación. Somos otra cosa pero somos más nosotros que nunca.

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Tornadoppo se encuentra, Mnemósine nace. Muy despacito, en susurros, bajo la mirada de las historias de personas muy grandes que parecen pequeñas. Al final nos abrazamos debatimos y se escuchan más historia de exilio y frases como “¡Esto tendría que salir por la tele! Yo en la tele no veo cosas tan bonitas” Las mujeres nos corrigen el gallego cantado y los matrioskas nos miran con ojitos chispeantes, ¡¡¡¡Qué alegría porque esto es suyo!!!! De cada persona del pueblo y de la casa que hemos construido en diez días juntos. Nos habéis cuidado en cada paso, sin preguntas, sin presiones, Mnemósine lleva vuestra música. Acabamos de aterrizar en Marsella, pero nuestro corazón suena a flauta travesera y guitarra, a palmeos, comidas riquísimas, a un felino negro cazador; a las risas frenéticas, a chuchorrrrrrrrrrrr, ¡os deseamos lo mejor en el camino! Ha nacido una niña hermosa de cabello negro llamada Mnemósine que lleva vuestros nombres y los nombres de Sindo, Josefa, Carmen, Paquita, Aser, Teresa, Lola, Elena,…¡Seguimos, a ver que nos encontramos en Francia!

¡Qué historias, qué músicas y silencios!, ¡¡¡Gracias por todo que es tantoooo!!!